julio 29, 2025

Investigadoras rediseñan el espéculo vaginal para aliviar el dolor y el miedo

Nieuwe versie van de 'eendenbek' ontvouwt zich als een bloem in het lichaam  van de vrouw - NRC
 
Es frío, duro, metálico y suele asociarse con el dolor. No se trata de un instrumento de tortura medieval, sino del espéculo vaginal que se utiliza a diario en todo el mundo para exámenes ginecológicos esenciales.

Dos ingenieras de la Universidad de Delft, en Países Bajos, se plantearon rediseñar este impopular y polémico utensilio para que sea menos intimidatorio y doloroso.

«Por desgracia, tengo mucha experiencia con el espéculo vaginal. Nunca lo viví como una experiencia placentera y siempre me pregunté por qué tiene este aspecto», explica a AFP Tamara Hoveling, una de las investigadoras de este proyecto.

– Historia oscura –

La doctoranda en diseño médico industrial se adentró en la oscura historia detrás de la creación del espéculo, una de cuyas versiones fue desarrollada por el médico estadounidense James Marion Sims hace 180 años.

«Fue probado en mujeres esclavas sin su permiso», explicó esta joven de 29 años, quien afirmó que «eso me motivó aún más para emprender este proyecto».

Hoveling se asoció a Ariadna Izcara Gual, quien entonces cursaba un máster en ingeniería de diseño industrial en Delft.

«A lo largo de las entrevistas, hice bocetos inspirados en la forma original, pero a la gente le seguían dando miedo», relató la investigadora española de 28 años.

El espéculo de Cusco, el modelo más utilizado, es un dispositivo metálico con un mango, un pico y un tornillo para ajustar su apertura una vez dentro de la vagina. Para muchas, su inserción resulta incómoda o incluso dolorosa, a la vez que provoca ansiedad.

«Cuando te asustas, los músculos se contraen y eso dificulta aún más la relajación. Entonces se abre el espéculo, que empuja esos músculos tensos y lo hace aún más doloroso», señaló Hoveling.

Este detalle fue tenido en cuenta por las investigadoras a la hora de desarrollar su idea.

«Intenté buscar formas que pudieran estar relacionadas con los órganos reproductores, como por ejemplo la flor, que también se abre», indicó Izcara Gual, quien comparó al espéculo a una herramienta de taller.

El resultado fue un prototipo llamado Lilium (nombre científico de la flor del lirio), que se asemeja a un tampón por su plástico blando y su aplicador, resultando más familiar para las mujeres.

«Fue diseñado pensando más en las pacientes que en los médicos. Realmente, intentamos mejorar la experiencia de comodidad en una zona sensible».

No obstante, también tiene en cuenta las necesidades médicas, ya que al abrirse por tres lados evita que las paredes vaginales se cierren y permite así una mejor visibilidad durante las exploraciones.

– Un éxito arrollador – 

El proyecto del Lilium se encuentra aún en una fase inicial y se necesitan más pruebas de ergonomía y búsqueda de materiales durables para perfeccionar el prototipo.

Las investigadoras deberán obtener luego certificaciones de seguridad, realizar ensayos en humanos y conseguir la autorización para su comercialización.

Para financiar estas etapas, lanzaron una campaña de financiamiento participativo que rápidamente atrajo la atención de los medios de comunicación neerlandeses.

En sólo dos días, la campaña recaudó 100.000 euros (117.000 dólares), superando con creces las expectativas.

«También es una señal. Es la prueba de que hay gente que realmente quiere un cambio, de que existe un problema real y de que las actuales soluciones de mercado no son las mejores», estimó Hoveling.

«He recibido muchos correos electrónicos de mujeres diciéndome que en realidad no van al ginecólogo por culpa de este dispositivo, porque tienen miedo, porque han tenido una experiencia traumática», sentenció.

El cáncer de cuello de útero es el cuarto más frecuente entre las mujeres, según la Organización Mundial de la Salud. Puede detectarse mediante una citología o un cribado del VPH, ambos realizados con un espéculo.

Con u.na financiación que permita desarrollar adecuadamente esta nueva herramienta ginecológica, el Lilium podría salvar vidas en un plazo de cinco años.

Fuente: swissinfo.ch.

julio 28, 2025

La igualdad de género como ruta hacia el empoderamiento de las mujeres refugiadas y las sobrevivientes de violencia sexual en Bosnia y Herzegovina


Casi la mitad de las mujeres en Bosnia y Herzegovina afirman haber sufrido algún tipo de abuso, incluida la violencia de pareja, el hostigamiento y el acoso sexual, desde los 15 años. © UNFPA Bosnia y Herzegovina / Imrana Kapetanovic

Jasna* tenía apenas 19 años cuando estalló la guerra en su país natal, Bosnia y Herzegovina, en 1992. Temiendo por su vida, se escondió en el sótano de la casa de un vecino, cerca de la ciudad de Zvornik, junto con su hija de dos años, sus dos hermanas y sus suegros.

Pero la familia fue pronto descubierta y llevada por la fuerza a un campamento de detención cercano, en Karaka. Allí fue sometida a abusos constantes, incluida una violencia sexual brutal.

En los conflictos en todo el mundo, la violencia sexual (incluidas las violaciones, los abusos, la coerción y la trata) se usa cada vez con mayor frecuencia como arma para aterrorizar a las mujeres y las niñas, lo que a menudo provoca traumas físicos y psicológicos devastadores.

Se calcula que 20.000 mujeres y hombres fueron víctimas de violación o abuso durante el conflicto ocurrido entre1992 y 1995 en Bosnia y Herzegovina; aunque dado el temor a denunciar y otros estigmas que impiden que muchas personas denuncien esos delitos, se cree que las cifras reales son mucho mayores.

Después de diez días, Jasna y su familia fueron liberados y escaparon a pie por las montañas hacia Croacia. Su esposo estaba trabajando allí, por lo que ella y su hija se reunieron con él antes de solicitar asilo en Alemania. Tras el fin de la guerra, la familia regresó a su tierra natal, a vivir en un granero cerca de la ciudad de Tuzla. Sin embargo, ante la grave pobreza, el desempleo y las dificultades, el esposo de Jasna se volvió cada vez más irascible y pronto se tornó violento.

«El poder de las mujeres»

Según una encuesta de 2019, casi la mitad de las mujeres de Bosnia y Herzegovina afirman haber sufrido algún tipo de abuso, incluida la violencia de pareja, el hostigamiento y el acoso sexual, desde los 15 años.

Mientras Jasna luchaba contra las consecuencias mentales y físicas de su trauma pasado y presente, durante una visita a un centro de salud materna apoyado por el UNFPA, fue derivada a Snaga Žene, una ONG que presta asistencia psicológica, social, médica, educativa y jurídica a mujeres refugiadas y sobrevivientes de violencia sexual relacionada con los conflictos en Bosnia y Herzegovina.

Snaga Žene significa «El poder de las mujeres», y Jasna, que ahora tiene 52 años, recuerda el momento en que entró a la organización como si fuera una encrucijada entre la supervivencia y el empoderamiento.

El centro le dio acceso a un invernadero para plantar verduras donde cultivaba pimientos, tomates, pepinos y berenjenas. Al trabajar con sus manos y conectar con la naturaleza, Jasna encontró una fuente de consuelo y sanación. Pronto comenzó a vender sus cosechas y a ahorrar suficiente dinero para construir una casa para su familia y comenzar un nuevo capítulo en su vida. La independencia económica también tuvo un efecto transformador en su matrimonio: a medida que se volvió más autosuficiente, el abuso cesó gradualmente.

Trabajando en favor de sociedades con igualdad de género

Durante una visita a un centro de salud materna, Jasna fue derivada a Snaga Žene, una ONG que presta asistencia psicológica, social, médica, educativa y jurídica a mujeres refugiadas y sobrevivientes de violencia sexual relacionada con los conflictos. © UNFPA Bosnia y Herzegovina / Imrana Kapetanovic



En Bosnia y Herzegovina, los datos del UNFPA muestran que aproximadamente la mitad de las mujeres en edad de trabajar están excluidas del mercado laboral y carecen de ingresos para mantenerse a sí mismas o mantener a sus familias. Más de 500.000 mujeres desempleadas necesitan apoyo crítico y formación para ganarse la vida y cuidar a sus hijos.

Además de verduras, Emina cultivaba hierbas medicinales para un proyecto de terapia ocupacional. Estas hierbas se secan y se utilizan para hacer té, por lo que proporcionan otra fuente de ingresos para Emina y su comunidad.

«Aprendemos sobre cada planta que cultivamos. Sabemos sus usos y cómo protegerlas», explicó Jasna. «No se trata solo del dinero, se trata del conocimiento y el sentido de propósito que nos aporta».

Fomentar el apoyo emocional

En Snaga Žene, Jasna tuvo acceso a un invernadero para cultivar y vender verduras, lo que le ayudó a obtener independencia económica y le brindó una sensación de resiliencia que transformaría su matrimonio.© UNFPA Bosnia y Herzegovina / Imrana Kapetanovic



Este empoderamiento económico ha tenido beneficios de gran alcance para Jasna y las demás mujeres de su comunidad. Ahora se apoyan mutuamente a través de la psicoterapia y el trabajo en grupo y muchas mujeres que han sufrido traumas similares, incluido el abuso sexual, han recibido invernaderos propios para reconstruir sus vidas y su resiliencia.

La hija de Jasna también trabaja junto a ella, formando parte de una comunidad de sobrevivientes de segunda generación que ahora cuentan con las herramientas y recursos que necesitan para sanar y prosperar.

En su intervención en el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia Sexual en los Conflictos, la Directora Ejecutiva del UNFPA, la Dra. Natalia Kanem, declaró: «El trauma físico y psicológico daña las vidas de las sobrevivientes y se extiende a familias y comunidades enteras, con repercusiones que se prolongan durante generaciones. La violencia sexual no es un daño colateral inevitable de los conflictos; es una violación atroz de los derechos de las mujeres y de su autonomía corporal».

La resiliencia demográfica y la sostenibilidad económica

Aumentar el acceso a las oportunidades y apoyar la independencia de las mujeres crea familias más fuertes y fomenta un futuro más sostenible para sociedades enteras. A modo de ejemplo, una mayor igualdad de género dentro de la fuerza laboral no solo impulsa la sostenibilidad económica nacional, sino que se ha demostrado que ayuda tanto a los hombres como a las mujeres jóvenes a hacer realidad sus aspiraciones de pareja y familia.

Jasna y su esposo ahora comparten un matrimonio feliz, muy lejos de los años de tormento físico y emocional que una vez soportó. «Casi no puedo esperar a levantarme por la mañana e ir al invernadero para ver cómo crecen mis plantas», admitió al UNFPA. «Me da paz. Me siento viva otra vez».

*Se han cambiado los nombres por motivos de privacidad y protección

Fuente: UNFPA

julio 27, 2025

Yolanda Arroyo Pizarro: “Mi esperanza no es ingenua, es una esperanza armada”

La escritora Yolanda Arroyo Pizarro revisa su libro ‘Las Negras’, una recuperación de afropasados y afrofuturismos encarnados.


La escritora Yolanda Arroyo Pizarro recupera su libro ‘Las Negras’. Foto: Josh Anton (Nosverán Studios).

Yolanda Arroyo Pizarro (Guaynabo, Puerto Rico, 1970) es una de las entidades más potentes en la decodificación histórica, que luego copia en sus novelas, cuentos y ensayos para hacer los saberes más accesibles a quién los tenga que conocer. Fan incondicional del también escritor José Saramago, entiende que “dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre y eso es lo que realmente somos”. Eso no le impide buscar todos los nombres posibles, para cercar esta zona iconnue al máximo. Como una médium, conecta con pasados y futuros. Ve cómo en Puerto Rico un mismo cuerpo sanguíneo y social tiene a taínos o indígenas, genes de distintas regiones africanas y restos de los colonos blancos que los asaltaron hasta aquí. Sabe encontrar los códigos intrínsecos de la multiplicidad histórica hasta en el lelolai y hace con ellos obras de culto, sin adjetivos, como la primera biblia cuir, Cüiruba: Libro de las Afrodivinidades o Las Negras (2012; 2025), una recuperación de afropasados y afrofuturismos encarnados que ahora se publica vía Yegua de Troya con el comisariado de Gabriela Wiener. La nueva edición cuenta con una ampliación donde recupera la humanidad, la tecnología y la rebeldía robada en pos de un cuento único, en el que ya no se confía. Abrimos el diálogo para que nos lo desmonte en primera persona.

¿Cómo se desarrollaron vuestras conversaciones a la hora de plantear esta reedición de Las Negras en Yegua de Troya?

Fue un diálogo con raíces y rizos. Gabriela y yo conversamos sobre las genealogías que nos arman, sobre cómo las mujeres negras, las marronas, las fugitivas, las brujas, las comadronas han sido silenciadas no solo por la Historia con mayúsculas, sino también por las propias literaturas latinoamericanas. La Yegua de Troya, con su gesto editorial desobediente, se convirtió en el barco que rescató estas voces, pero también en un artefacto de guerra simbólica. Nuestras conversaciones fueron como trenzas largas que se entrecruzaban: hablamos de cuerpas, de fantasmas, de la ancestra, del placer poliafectivo, del archivo, de la disidencia. Gabriela entendió desde el inicio que esta reedición no era una repetición, sino una insurgencia y me lo propuso, y me convenció prontísimo.

¿En qué momento vital te encontró la propuesta?

Me encontró en el centro de una invocación. Venía escribiendo sobre biotecnología, afrofuturismo y algoritmos negres, pero con el alma clavada en las raíces, como el decir sankofa. Afroalgoritmos ya había sido publicado y estaba habitando el futuro. Y de pronto, esta propuesta me permitió mirar hacia atrás, pero no con nostalgia, sino con la rabia lúcida de quien ha sobrevivido. Fue un momento de reencuentro con las voces de mis ancestras que nunca se fueron del todo. Yo no vivo en un solo tiempo. Vivo en el presente invadido por el pasado y descolonizado en el porvenir. Creo que me ayudó que ya había lectores que adoraban el libro, investigadores que lo recomendaban, universidades que me escribían para que les visitara y brindara conferencias sobre los temas entrelazados de esas páginas. Entonces, la propuesta me encontró de forma muy orgánica.

¿Qué otras narrativas pendientes decidiste incorporar?

En esta reedición he sumado nuevas rebeliones que Gabriela me ayudó a identificar como la resistencia eterna sudaka, un continuum del tiempo. Aparecen mujeres que no pudieron hablar en 2012 porque aún me dolían demasiado. Las protagonistas de Las Negras 2025 nunca han suplicado, pero ahora mucho menos. Encarnan el cimarronaje desde otros lenguajes, incluso desde el código informático, la especulación afrodiaspórica y los cantos yorubas que siguen reverberando, aunque nos quieran hacer creer que el tambor murió. En esta nueva versión, el libro es también un grimorio, un mapa, un dispositivo de venganza poética que reprograma el canon desde la cuerpa negra que ha decidido no desaparecer. Ese continuum del tiempo trasciende cronologías coloniales. Las Negras 2025 no es una repetición del pasado, sino una expansión multitemporal, donde las voces ocultas de mujeres negras y cuir resurgen para reclamar lo que les fue negado. Aparecen figuras que no pudieron hablar en 2012 porque no había aprendido aún a escucharlas en sus propios códigos.

Una de ellas es Sycorax Cartagena, una afronavegante disidente que aparece en el año 2229, viajando entre sistemas planetarios sin renunciar jamás a su acento caribeño ni a sus rituales de resistencia. Sycorax, inspirada por la bruja exiliada de La tempestad shakesperiana, siembra archivos de insurrección en cada colonia espacial donde se intenta borrar la herencia afro y se niegan a olvidar sus linajes. Ella representa el afrofuturismo insurrecto, el cruce entre tecnología y memoria ancestral. También rescaté a Petrona la paridora, una matrona cimarrona del siglo XVIII que asiste partos clandestinos en los montes del archipiélago atacado por una guerra bacteriológica. Su historia había quedado entre susurros, entre los lamentos de las mujeres que no pudieron parir con dignidad, y ahora finalmente reclama su lugar como símbolo de autonomía reproductiva negra y transhistórica.

Estas incorporaciones no fueron fruto de una planificación minuciosa en un principio; fueron las voces que susurraron desde los márgenes, las que se dejaban ver en el laberinto de archivos y en la complicidad de las charlas profundas. Algunas de estas historias venían conmigo como sombras. Otras surgieron de las conversaciones con Gabriela, quien siempre me impulsa a mirar más allá de lo visible. Su agudeza, su insolencia poliafectiva, me hizo preguntarme: ¿qué otras negras faltan por ser contadas? ¿A quién no he dejado hablar por dolor, por pudor? Entonces bajé a los sótanos de mi archivo personal, revisé cartas, juicios, mapas de plantaciones, rutas de barcos esclavistas. Escuché grabaciones de mi abuela y volví a soñar con mis ancestras. Escribir esta reedición fue como abrir un portal. Sabía que si no lo hacía ahora, muchas de ellas seguirían prisioneras del olvido.

EL PATRIARCADO Y EL COLONIALISMO SABEN QUE EL CUERPO QUE RECUERDA ES UN ARMA. POR ESO HAN INTENTADO BORRAR LOS NUESTROS

¿Con qué estrategias se ha logrado el silencio para que estas narrativas de corporalidades rebeldes desaparecieran de la historia?

El silencio ha sido meticulosamente coreografiado. Se ha ejecutado desde los archivos que deciden quién merece ser nombrado. Desde las academias que repiten los mismos nombres y canonizan el olvido. Desde las leyes que despojan, los museos que blanquean, y los diccionarios que mutilan nuestras lenguas. Pero sobre todo, el silencio ha sido impuesto a través del miedo: miedo a la negritud, miedo a la cuerpa insumisa, miedo al deseo queer, miedo a lo que no puede ser domesticado. El patriarcado y el colonialismo saben que el cuerpo que recuerda es un arma. Por eso han intentado borrar los nuestros.

A VECES UNA MUÑECA NEGRA DE TRAPO ES MÁS POTENTE QUE UNA ENCICLOPEDIA. EL SÍMBOLO ES MEMORIA VIVA

Cuando llega la hora de llenar huecos de vivencias tan plurales —y tan hegemónicas en el nivel de resistencia y de violencia sufrido—, ¿no es la apropiación y reinterpretación de los símbolos una forma de contar las historias? Pienso en cómo Gloria Anzaldúa trabajaba con los símbolos de Coyolxauhqui.

Absolutamente. La reapropiación simbólica es un acto de reparación. Gloria Anzaldúa lo entendió desde sus heridas abiertas. Yo trabajo con símbolos afrocaribeños: las trenzas, los tambores, los cuerpos marrones, los altares, los nombres propios robados y devueltos. Reescribo las palabras que nos negaron. A veces una muñeca negra de trapo es más potente que una enciclopedia. El símbolo es memoria viva. Me apropio de ellos, no desde el saqueo, sino desde el hambre de justicia y la urgencia de ser nombradas. Me apropio de ellos porque son míos.

Decía una de tus profesoras de historia que la cultura que existe es la cultura que se representa. ¿Con qué procesos se encuentran estas culturas que no han sido representadas hasta ahora? ¿Cómo encuentras las pistas y les sigues los rastros?

Yo sigo el olor del guiso. Sigo el susurro en los mercados, el canto que se repite en la madrugada, los apodos familiares, los silencios en las actas bautismales. Me adentro en las contradicciones de los archivos coloniales. Busco en los márgenes, en los tachones, en lo que no se dijo. También me guío por los sueños, por los sueños lúcidos que tengo cuando una ancestra me habla. No me interesa la historia oficial. Me interesa la historia afectiva. Me interesa cómo una trenza puede ser un mapa de fuga, cómo un tambor puede ser un código Morse anticolonial.

Y pienso en esta anécdota: el día del lanzamiento en Madrid del libro Mientras dormías, cantabas, cuando todo comenzaba, dos españoles xenófobos lanzaron piedras a la autora del sello Yeguas de Troya de Penguin, y a las migrantes que nos acompañaban con Gabriela Wiener. “¿Por qué no os vais?”, decían. “Tranquila, es normal”, nos consolaban. Ese suceso me hizo pensar en otros dos acontecimientos recientes. Primero, una colega escritora de México nos compartió en Madrid que el código de entrada de su hotel durante la Feria del Libro era “1492”. Un número que, para muchxs, no representa una bienvenida sino una herida abierta. Segundo, mientras intentaba tomar un taxi vestida con mis telas afrocentradas y un turbante, el taxista me indicó que casi no me deja subir por “mi turbante y mi ropa”. Al bajarme me preguntó de qué religión era y me advirtió que eso podría afectar mi puntuación de Uber. Días después, efectivamente, mi perfil de usuaria se vio afectado.

Esto no es casualidad. Es racismo cotidiano, es colonialidad persistente, es violencia simbólica y real que sigue, que continúa, que no se detiene. Y es ahí en donde encuentro mis pistas, es desde esa existencia que sigo los rastros que cuestionas.

MIS ARCHIVOS SON CUADERNOS MOJADOS, SERVILLETAS CON NOMBRES, GRABACIONES DE WHATSAPP DE MI TÍA CONTANDO COSAS QUE NUNCA ESCRIBIÓ NADIE

¿En qué archivos apócrifos se archivan? ¿Qué necesarios ejemplos de archivística nos podrías dar?
Mis archivos son cuadernos mojados, servilletas con nombres, grabaciones de WhatsApp de mi tía contando cosas que nunca escribió nadie. Son las tradiciones orales de las parteras negras en Loíza, Cataño, Rio Grande, los cantos espirituales en el Bronx, los diarios apócrifos de mujeres que se creyeron locas y en realidad estaban canalizando memorias. Trabajo con el archivo vivo: el cuerpo como archivo, el deseo como archivo, el grito como archivo. De chica me entrenaron para llevar diarios, hacer journaling. Y consulto aquellos diarios míos que han sobrevivido.

Por supuesto, aprendí a manejar la archivística presencial del Archivo General de San Juan, y de los archivos de las Américas que se encuentran digitalizados en Chronicling America y en Slave Voyages.

Y sí, también digitalizo todo, porque si el mundo se va a incendiar, quiero que al menos un algoritmo recuerde que estuvimos aquí.

No sé en qué punto de tus viajes por dentro y fuero de las religiosidades estás ahora, pero pienso en cómo tu protagonista Sycorax Cartagena —y también Cortija— parece habitar un mundo donde se han abierto los registros akásicos del universo en pos del verdadero karma. ¿De dónde sacaste inspiración para este relato?

No sé si se trata de religiosidad o de intuición mística radical, pero ciertamente estoy en una etapa donde la frontera entre lo espiritual, lo político y lo poético se ha vuelto porosa. Ya no distingo si canalizo o invento. Soy, además, la autora de la única biblia afrocuir yoruba puertorriqueña, la Cüiruba. Así que Sycorax Cartagena, al igual que Cortija, no habita una religión en sentido tradicional, sino una conciencia expandida, una especie de grieta por donde se filtra el conocimiento de las ancestras que fueron, las que vendrán y las que están siendo ahora mismo en otro plano.

La inspiración para estos relatos vino de muchas capas superpuestas. Por un lado, he estado explorando los registros como metáfora de las memorias negadas: esos archivos del universo donde nada se pierde, donde todo lo vivido permanece, incluso lo que se nos quiso borrar. ¿Qué pasaría si las mujeres negras y cuir pudieran acceder a ese archivo infinito y descargar de allí nuestras verdades, nuestras venganzas, nuestros saberes intergeneracionales? Sycorax lo hace a través del viaje estelar que le permite encontrar el manuscrito original. Cortija lo hace desde la piel, desde sus danzas, desde su cuerpo alterado por la electricidad del recuerdo que reclama el nombre del Ancestre.

Además, me inspiraron las prácticas espirituales de mi abuela, una santera silenciosa, una mujer que le hablaba a las matas, que ungía el cuerpo con aceite de resina y que creía que los sueños podían advertirnos del porvenir. También bebo mucho de la cosmología yoruba, del Palo Monte, del vudú haitiano y el Papá Candelo de mi hermano de crianza, pero no desde una devoción literal, sino desde un gesto estético, narrativo y político. La religiosidad que me interesa es aquella que se atreve a desobedecer al colonizador espiritual. Que reescribe los símbolos. Que deja que las deidades sean queer.

Sycorax Cartagena es, de algún modo, una chamana cósmica. Cortija es una sacerdotisa del ruido y la furia. Ellas no buscan redención; buscan memoria. Y en sus viajes, abren no solo los registros del universo, sino también los más peligrosos: los de sus propios linajes, los que nos dicen que fuimos libres antes de que nos encadenaran.

Háblame del code-switching de las poblaciones afro.

Inventé la palabra “ancestra” (antes de que fuera popular) una noche mientras escribía relatos en trance. Era 1998 y me encontraba embarazada de mi hija Aurora, unigénita. Escribía para recordar a abuela Petronila, para rescatarla, para traerla de vuelta del alzheimer que la estaba secuestrando. Inventé “ancestra” para hablar de mis abuelas, bisabuelas y tatarabuelas. Ya tenía experiencia con palabras inventadas, pues Petronila, abuela materna, ya decía “desosirio”. Miguelina, mi abuela paterna, hablaba además de español e inglés, un poco de alemán y ello la obligaba a “criollizar” algunas expresiones, es decir, inventar la manera de hacernos entender. Las abuelas madamas del vecindario, emigradas de las islitas, me hablaban en francés, creole y swahili. Por tanto, siempre vi natural la mezcla de tiempos verbales, la conjugación de lo inconjugable y hacer parir neologismos. Por eso cuando me senté a las 3:00 am aquella vez, a escribir el primer párrafo de Las Negras en 2003, supe que quería resaltar el femenino de la negritud. Supe que deseaba que el título de mi libro empezara con la minúscula del artículo y le siguiera la mayúscula del sustantivo. Quise que la adjetivación de aquel sustantivo, o la sustantivación de aquel adjetivo, fuera protagonista. Fuera “prietagonista”. Por eso en 2003, ante el dolor del fallecimiento de mi “abuelamadre”, solo me restó entrar en trance…, escribir las historias que Petronila me había contado, escuchar el dictado de las mujeres de mi casta en la voz de la memoria de mami Toní.

CUANDO DIJE QUE MI ÚNICA INTENCIÓN ES PROVOCAR PENSAMIENTO CRÍTICO, CAPACIDAD DE ASIMILACIÓN E INTELIGENCIA EMOCIONAL, LO DECÍA —Y LO SIGO DICIENDO— CON CONVICCIÓN RADICAL. PROVOCAR PENSAMIENTO ES INVITAR A LA INCOMODIDAD FÉRTIL

¿Te encuentras aún y a menudo etiquetada como provocadora? Pienso en una frase tuya, para otra entrevista, donde apuntabas que tu única intención es la provocación del pensamiento crítico, la capacidad de asimilación y la inteligencia emocional. ¿Son difíciles de encontrar estos signos?

Sí, aún me etiquetan como provocadora, y con frecuencia. Lo curioso es que no me molesta. Al principio, esa palabra venía cargada de juicio, como si provocar fuese algo violento o innecesario. Pero con el tiempo entendí que provocar es abrir grietas. Y yo vine a eso: a agrietar los muros del canon, los silencios heredados, las narrativas hegemónicas que excluyen nuestras cuerpas, nuestras formas de amar, de resistir y de parir mundos. Cuando dije que mi única intención es provocar pensamiento crítico, capacidad de asimilación e inteligencia emocional, lo decía —y lo sigo diciendo— con convicción radical. Provocar pensamiento es invitar a la incomodidad fértil. A esa que no te deja igual. Y sí, son difíciles de encontrar esos signos, porque muchas veces la urgencia del sistema, la velocidad de las redes o el ruido del espectáculo no deja espacio para la pausa que exige el pensamiento profundo. Pero sigo creyendo en el temblor. En la lectura que sacude. En la escritura que desarma. Porque provocar no es gritar por gritar. Es gritar con memoria. Es hacer que el lector, la lectora, la cuerpa que recibe el texto, se pregunte “¿dónde me duele esto y por qué?”.

A veces me han querido domesticar. Que baje el tono. Que no hable tanto de negritud, de disidencia sexual, de violencia colonial. Pero lo que me han enseñado las ancestras, y lo que me enseñan ahora personajes como Sycorax Cartagena, es que quien provoca con propósito puede abrir portales. Y yo escribo para abrirlos todos.

Se habla de la profesión de cuentista —una de las muchas categorías en las que podría incluirse tu trabajo siempre híbrido— como una profesión infantilizada o denostada. Creo que tiene que ver con la peligrosidad que conlleva el narrar —de la puesta en práctica de las narrativas únicas salen las dictaduras y los genocidios—. Intentan que lo de cuentista suene inocuo. ¿Cómo lo vives tú? ¿Hay esa peligrosidad detrás? ¿Pueden los cuentistas ejecutar los cambios que se necesitan?

Totalmente. Lo he vivido en carne propia. A la cuentista se le mira muchas veces como si su oficio fuera menor, como si narrar cuentos fuera un acto inofensivo, doméstico, casi decorativo. Pero esa supuesta inocuidad es una trampa. Porque en realidad lo que hacemos las cuentistas, especialmente cuando escribimos desde cuerpas negras, cuir, insurgentes, es peligroso para el sistema. Narrar es subversivo. Narrar cambia imaginarios. Y cuando cambian los imaginarios, cambia todo.

Mira lo que ha pasado en Puerto Rico con Pelo Bueno y Las Reyas Magas. Pelo Bueno fue un cuento que escribí como una caricia a la memoria y terminó convirtiéndose en una lanza. Era una historia sencilla, infantil, sobre una niña negra y su pelo afro, pero al tocar el tema del rechazo internalizado, del racismo escolar y de la autoaceptación radical, encendió algo y se insertó en un movimiento político. Hoy en Puerto Rico hay legislación que protege a personas con pelo afro, y esa ley se debatió con ejemplares del cuento en la mano. Ese librito, que muchos subestimaron, fue usado como prueba narrativa de una violencia cotidiana y racista. Eso no es inocuo. Eso es un acto legislativo desde la literatura.

Y con Las Reyas Magas pasó algo similar. Nos atrevimos a decir que las niñas también pueden traer regalos, que los supuestos magos no fueron tres y que hubo magas acompañando esa caravana; que las cuerpas no binarias pueden ser mágicas, que la espiritualidad no es patrimonio masculino. Hoy hay niñas que se disfrazan de reyas magas en comunidades, escuelas y colegios, que caminan con coronas trenzadas por las calles de San Juan, con sus camellos de cartón y su dignidad altiva. Ese cuento se convirtió en una performance colectiva feminista, en una ruptura del guión tradicional de la religiosidad y del género. La literatura infantil, cuando se escribe desde la conciencia política, es una herramienta de insurrección.

Así que sí, llamarnos “cuentistas” puede parecer una manera de domesticarnos, de encasillarnos en lo menor. Pero yo reclamo el título con orgullo y con filo. Porque un cuento puede hacer tambalear la educación racista, puede cambiar las políticas públicas, puede fundar nuevas festividades feministas. Las cuentistas tenemos el poder de imaginar el mundo otra vez. Y ese poder, bien usado, sí: puede ser peligrosísimo. Y bendito sea ese peligro.

¿En qué punto está tu proyecto de salas de lectura antirracistas? ¿Y la Cátedra de Mujeres Negras Ancestrales? ¿Y tus nuevos procesos de escritura? ¿Y tu esperanza en el futuro tecnológico?

Gracias por esa pregunta que me atraviesa como lanza. Porque no se trata solo de proyectos, se trata de vida o muerte. De memoria o silencio. De ocupar o desaparecer.

Las Salas de Lectura Antirracistas están más vivas que nunca. Siguen moviéndose por escuelas, caseríos, universidades, cárceles, museos, y cualquier lugar donde se atrevan a abrirnos la puerta —aunque sea un portón oxidado—. Porque si no nos invitan, entramos igual. Las Salas son insurgencia pedagógica, son resistencia desde la lectura colectiva. Son niñas negras leyendo Las Negras, Pelo Bueno, Afrofeministamente, y diciendo: “Yo también existo, y mi historia importa”. Es que el libro, cuando se lee en círculo, en voz alta y con rabia, se convierte en tambor, en machete, en mapa de liberación. No es lectura por leer. Es lectura por vivir. Por reaprendernos. Por afilar el pensamiento crítico negre.

La Cátedra de Mujeres Negras Ancestrales sigue latiendo con fuerza, ahora celebrando su segundo decenio. Ahí estamos resucitando a Juana Díaz, a la Mulatres Soledad, a Ana María Matamba, a Juana Agripina, a Petrona la Paridora y todas esas que el archivo quiso enterrar bajo el polvo del olvido. La Cátedra no es académica en el sentido tradicional. Es ritual, es espiritual, es comunitaria. Nos reunimos en plazas, en teatros, frente al mar, en la calle, y a veces en Zoom, sí, pero siempre con las ancestras de testigo. Lo que hacemos allí es devolverle nombre a las que fueron borradas. Y al nombrarlas, nos levantamos con ellas.

Sobre mis nuevos procesos de escritura, estoy escribiendo desde el entretiempo. Desde la intersección donde el trauma ancestral se cruza con la posibilidad tecnológica. Hay una novela con una protagonista llamada Lyra, que habita un mundo donde el nuevo eje del ADN revela las vidas pasadas según su identidad de género. Hay cuentos donde las trenzas guardan códigos cifrados y se convierten en mapas para fugarse del capitalismo blanco. Estoy escribiendo también desde el Caribe como zona climáticamente vulnerable pero espiritualmente indomable. Mi escritura no quiere adornar el apocalipsis: quiere prenderle fuego.

Y sí, le apuesto al futuro tecnológico, pero no como lo imaginan los del norte. No como Silicon Valley. Le apuesto a los Afroalgoritmos. A las inteligencias artificiales que entiendan lo que significa haber sido esclavizadas, hipersexualizadas, calladas, negadas. Estoy creando espacios donde la memoria negra pueda ser codificada, donde los saberes afrodiaspóricos puedan sobrevivir incluso si el mar se traga las islas. Estoy soñando con robots negres, con chips que reconozcan la lengua yoruba, con bases de datos que archiven nuestras danzas, nuestras recetas, nuestras heridas.

Mi esperanza no es ingenua. Es una esperanza armada. Una esperanza que baila y resiste, que no pide permiso y que, como nosotres, no se va a dejar borrar.

¿Tú sabes lo que es eso? Eso es fe cimarrona. Eso es futuro afroamorose. Eso es revolución en clave de ancestres.

Fuente: El Salto

julio 26, 2025

Ciclo de Cine Maestras: miradas de hoy

Maestras: ciclo de cine dirigido por mujeres en SALA K

¿Cómo podemos pensar e interpretar el cine hecho por mujeres? Esta es la pregunta que articula el Ciclo de Cine Maestras: miradas de hoy, que se tomará la programación de la Sala K durante la segunda mitad del año. La inauguración oficial se realizará el viernes 8 de agosto con el estreno de “Saint Omer” de Alice Diop, ganadora del Gran Premio del Jurado y el premio León del Futuro Luigi De Laurentiis en el Festival Internacional de Cine de Venecia. 

¿Qué implica el concepto Maestra? Así como alguien que enseña, también se trata de alguien que marca pautas. Personas que nos mueven, inspiran y ponen temas sobre la mesa. Una Maestra, como tal, no es solo capaz de movilizar nuevas formas de pensar, sino que también nuevos modos de ver. Y esto, en el cine, puede marcar un antes y un después. Por ello, el Ciclo de Cine Maestras: miradas de hoy es una invitación a conocer las reflexiones más actuales de realizadoras a nivel mundial, sumando instancias de mediación como conversatorios post función.

La selección de películas reflexiona sobre cómo se están abriendo y abordando temas considerados arquetípicamente femeninos, en el cine sobre mujeres, hecho por mujeres. El ciclo comenzará con el estreno de “Amores materialistas”, la segunda película de la directora nominada al Oscar Celine Song. Protagonizada por Dakota Johnson y Pedro Pascal, propone una relectura de las comedias románticas, género cinematográfico orientado históricamente al consumo del público femenino. 

En agosto también se presentará “Creatura”, coescrita, dirigida y protagonizada por Elena Martín. La película, que aborda el estigma respecto del deseo femenino, ganó el Premio al Mejor Filme Europeo de la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes en 2023 y obtuvo cuatro nominaciones a los Premios Goya. 

Otros de los estrenos del ciclo incluyen dos películas que fueron parte de la competencia oficial de la más reciente edición del Festival de Cannes: “Die My Love”, de Lynne Ramsay, protagonizada por Jennifer Lawrence y Robert Pattinson; y “The Mastermind”, de Kelly Reichardt, protagonizada por Alana Haim y Josh O’Connor.

El Ciclo Maestras sumará también la presentación de los trabajos más recientes de las galardonadas cineastas Maren Ade, Andrea Arnold, Albertina Carri, Alice Diop, Mia Hansen Love, Tatiana Huezo, Naomi Kawase, Lucrecia Martel, Alice Rohrwacher y Celine Sciamma. En el apartado chileno, el ciclo revisará el punto de vista de las realizadoras chilenas Pamela Pequeño, Alicia Scherson, Pepa San Martín y Dominga Sotomayor. 

Se trata de películas atravesadas por la reflexión sobre temáticas como la maternidad, nuevas masculinidades, deseo femenino, la brujería, la diversidad en los vínculos amorosos, entre otros temas. “La pantalla refleja la realidad, nos la devuelve, es atrapada por nosotras y la devolvemos para reflejarse nuevamente en el cine. Nace un nuevo mundo, que emerge a partir de la perspectiva de mujeres que captan y traducen las imágenes que nos rodean”, explica Macarena Ovalle, Programadora de SALA K.

Considerando que se trata de un ciclo que se extenderá durante todo el semestre, Sala K/U. Mayor ofrecerá un abono de $12.000, que permitirá el acceso a todas las funciones de las 18 películas que componen la muestra, o bien la opción de comprar la entrada por función.


FUNCIONES

Julio-Diciembre 2025

LOCACIÓN

Marin 321, Santiago
Campus El Claustro, U. Mayor

TARIFAS

$12.000

Permite canjear 1 entrada personal para 1 función de cada película del ciclo (18)

Fuente: Sala K

Sí a la Diversidad Familiar!
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